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LA PROPUESTA DE REFORMA POLÍTICA DE CALDERÓN

Francisco Javier Muñoz Ruiz
29 de enero de 2010



La iniciativa de reforma política presentada por el presidente Felipe Calderón se desdibuja y en sus actuales términos parece ya inviable. Ya lo advirtieron en distintos tonos y con muchas descalificaciones al proyecto sus adversarios. Lo que más ha disgustado es que con la reforma se ampliaría el margen de maniobra del Ejecutivo con el supuesto objeto de ampliar la gobernabilidad y la construcción de mayorías estables, que es lo que encierra en el fondo el decálogo del Primer Mandatario.

Así que la segunda vuelta en elecciones presidenciales, las iniciativas preferentes del primer mandatario, el veto parcial y la reconducción presupuestal, la reducción de legisladores, entre otros puntos difícilmente se concretarán. La impresión es que la reforma se orienta más que nada a cuidar y fortalecer la figura presidencial en una visión más coyuntural que de largo aliento, como es el deseo de la mayoría de los mexicanos.

Sin embargo no puede dejar de reconocerse que esta versión de la reforma que tanta falta hace, deja la posibilidad de que se cuente con una iniciativa más acabada con las aportaciones que dijeron harán los partidos de oposición, porque tanto el PRI como el PRD saben que no pueden quedarse al margen de la discusión y sobre todo perciben que somos mayoría los ciudadanos que queremos una reforma política de fondo.

En esas condiciones la mesa está puesta para que nuestros representantes en el Senado puedan hacer la reforma del Estado que les venimos reclamando y exigiendo desde hace años. Ni la Constitución, ni la ciudadanía, ni la economía aguantan más una situación que tiene al país sin energía, sin rumbo, sin responsabilidad de nadie en ningún momento.

Aunque el problema de la iniciativa del Presidente haya sido que faltó cabildeo previo al anuncio y que la más elemental lógica política señala que se debió buscar convencer primero a los aliados del presidente —al PAN, por supuesto—, y luego a sus adversarios del PRI y del PRD. Con todo, lo relevante es que se ha abierto un necesario debate nacional sobre el futuro político del país. Aunque en este juego el saque del mandatario haya sido fallido y no lograra la anotación, ha puesto el balón en la cancha de sus adversarios quienes ahora están obligados a presentar sus respectivos documentos de reforma.

Es evidente que para no quedar fuera de la jugada, el PRI y el PRD organizaron el foro en el Senado para buscar quitarle la bandera a Calderón, lo que movió al Presidente a salir a cuestionar a “los grupos de interés que lastran al país y a los representantes del statu quo”. Sin embargo, la posibilidad de que se amplíe el debate y se enriquezca con nuevas propuestas está dada.

Ahora los grupos parlamentarios del PRI y del PRD ya han anunciado que van a presentar sus propias propuestas y, desde luego que están obligados a hacerlo. Por varias razones. La primera y más importante es la siguiente: la iniciativa del Presidente tiene casi como único mérito que fue escrita y presentada. Un 80% de su contenido debe ser claramente desechado por ser inviable para una democracia constitucional como la que queremos construir en México. Ante ese panorama, sería una irresponsabilidad de los principales partidos de oposición no ofrecer propuestas mucho más completas, sistemáticas y mejor argumentadas.

De acuerdo a las opiniones vertidas en el foro del Senado de la República existe una vertiente autoritaria en la propuesta presidencial que se identifican en cuestiones como las “leyes sin parlamento” o “el referéndum del pueblo contra el Congreso”, planteamientos que deben ser cuidadosamente valoradas y, en su momento, desechadas. Lo mismo que la idea de darle iniciativa de ley a la Suprema Corte, pues mientras no exista un Tribunal Constitucional en México, separado de la Corte, esa propuesta no debe en modo alguno ser aprobada.

Lo que es un hecho es que debemos discutir el modelo de Estado que queremos para México y el tipo de democracia que necesitamos. Ese es el punto de arranque que nos va a permitir resolver, más adelante, cuestiones tan complejas y relevantes como la reforma laboral, la fiscal, el modelo de desarrollo de infraestructura, la competitividad con otros países, entre muchos temas.

El no haber logrado aún la reforma del Estado que hoy nos vuelve a ocupar y que siempre nos asalta cuando se recrudecen los problemas y afloran los problemas de gobernabilidad, es lo que explica la parálisis o falta de claridad en los objetivos cuando se trata de abordar los temas que más directamente impactan en la calidad de vida de los ciudadanos: crecimiento económico, seguridad pública, empleo, desarrollo regional, apertura de mercados, formación profesional, calidad educativa, régimen digno de jubilación, derechos para todos, autonomía vital y reproductiva, etcétera.

La agenda del país sigue y seguirá atorada mientras no podamos definir con certeza y con inteligencia el modelo de Estado que queremos y la democracia que lo hará posible. De ahí la importancia del debate que viene en el Senado. Ahí es donde podremos observar si hay en México hombres y mujeres que puedan estar a la altura del reto. Sabremos a ciencia cierta si tenemos estadistas entre nosotros o si debemos seguir atados a la pequeña política de cada día, la que no es capaz de leer correctamente el presente, ni pensar en la construcción del país del futuro.

Ya veremos de qué está hecha nuestra clase política y gobernante.



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¡Estamos con Haití!


Francisco Javier Muñoz Ruiz
19 de enero del 2010



El pasado 12 de enero un terremoto devastador de magnitud 7.0 azotó la capital de Haití y sus alrededores dejando un saldo terrible de miles de heridos y quizá decenas de miles de muertos.


Las escenas dantescas de montañas de cuerpos, los edificios derrumbados, los sobrevivientes deambulando como fantasmas entre las ruinas de sus ciudades conmueven porque nos muestran la vulnerabilidad del hombre ante la furia de la naturaleza. A partir de que se conocieron las dimensiones de esta tragedia se puso en marcha una gigantesca operación internacional de solidaridad con los haitianos, pueblo desgarrado hoy por los embates de un terremoto pero víctima permanente de la pobreza, el subdesarrollo y las luchas políticas que han contribuido a su triste realidad, la que hoy se ve agravada por la catástrofe, definida por la Organización de las Naciones Unidas como la peor que ha debido enfrentar el organismo en apoyo a las víctimas .


Así como en todo el mundo millones se han movilizado para ayudar, en México, donde sabemos lo que duele un hecho de esta naturaleza y sabemos reconocer también el valor de la solidaridad internacional, hemos hecho eco de esta terrible situación con la intención de aportar nuestro granito de arena y ayudar. Ya son muchas las organizaciones que se han puesto en marcha para cooperar, pero todos podemos hacer algo para colaborar con las víctimas de semejante desastre.


Se ha dicho en estos días que así como la naturaleza es pródiga, poderosa y a veces maravillosamente hospitalaria, en determinados momentos se torna extremadamente inhóspita, arbitraria y cruel. Eso es impredecible, y no podemos pedirle que sea justa ni que sea compasiva o solidaria. Por eso, es estéril y quizá hipócrita lamentarse de que las catástrofes naturales se ceben en los lugares más pobres, en los países que por su penuria económica y su debilidad institucional están en peores condiciones para prevenirlas y hacer frente a sus consecuencias.


No es culpa de la naturaleza que a escasos kilómetros de la sociedad más próspera y desarrollada del mundo, exista un lugar como Haití. Un lugar en el que la gente vive en condiciones de penuria y miseria dignas de una novela, donde prácticamente no existe el Estado ni nada que haga sus funciones, aunque hayan sido frecuentes las dictaduras más sanguinarias. Y un lugar en que no existe ninguno de los medios materiales, sanitarios y de todo tipo que podrían permitir a sus habitantes hacer frente a un desastre como el terremoto que acaban de sufrir, tratando al menos de limitar los daños.


Ya sabemos lo que toca hacer cuando las noticias nos dan cuenta de un terremoto como el de Haití y las víctimas se cuentan por miles y miles: condolerse y ayudar. Debemos hacer las dos cosas.


Pero no debemos dejar de lado que hemos sido los humanos los que hemos hecho posible que en ese lugar existan sociedades tan pobres, tan infradotadas y tan vulnerables como la de Haití.


El problema, pues, no es lo que estamos haciendo en estos días para ayudar a los haitianos. El problema es todo lo que hemos hecho antes –y lo que hemos dejado de hacer- para que un lugar que por sus condiciones naturales podría ser un paraíso sea en realidad algo muy parecido a un infierno, antes y después del terremoto. Ha sido y es necesaria la ayuda en emergencia, la ayuda humanitaria y de reconstrucción. Pero es igual de fundamental pugnar, desde los gobiernos, en los partidos políticos, en los foros internacionales y en la movilización que se da en este mundo globalizado, para que se modifiquen las reglas de las relaciones internacionales, que se cuente con un nuevo esquema de cooperación entre las naciones, en las relaciones comerciales, en el tratamiento de la deuda externa de los países más pobres.


Sin duda uno de los factores que tienen que ver con la pobreza de naciones como Haití es el desorbitado crecimiento de la deuda externa, donde para el cobro de los intereses se obliga a sus economías a sujetarse a severas medidas de ajuste estructural impulsadas por el Fondo Monetario Internacional, que se concretan en la reducción constante de los gastos sociales, principalmente en educación y salud.


En estos momentos de emergencia algunos países como Francia han hecho un llamado para la condonación de la deuda externa de Haití. Y para predicar con el ejemplo, París decidió condonar los 78 millones de dólares aproximadamente de deuda de la nación caribeña con esa nación europea. Lo deseable es que otros gobiernos acreedores y los organismos financieros internacionales se pronuncien en igual sentido. Sería lo menos que podrían hacer ante la dimensión del desastre.


Son muchas las acciones que pueden tomarse para contribuir a paliar un poco los efectos de la catástrofe, desde las iniciativas en el ámbito global hasta la colaboración en nuestras ciudades para donar artículos de primera necesidad, agua y medicamentos.


En México y en Veracruz siempre hemos sido solidarios. Es el momento de ponernos en marcha para aportar algo. ¿Usted ya lo ha hecho?



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